CARRIL VIEJO A SAN CARLOS

                                                                           
 

 CARRIL VIEJO A SAN CARLOS

POR Ángel Bustelo



San Martín galopaba entre sus grandes

-tal vez  Soler, tal vez Las Heras-por el 

Viejo carril que va a San Carlos, y a un

Retumban los cascos acerados de los

Que aun hoy siento sus pasos”.

 Se oye un redoblar de cascos y herraduras en la azulada niebla  de Ugarteche,  desde su grande corazón de hechura en aquella madrugada de la escarcha, como la nieve blanca como la blanca leche.

Montado en su brioso corcel blanco, galopaba entre jefes y oficiales.

El monte y la jarilla se inclinaban al paso de los caballos montaraces. Habían partido cuando aún no asomaba  el alba desde el Plumerillo, cuartel de la avanzada.

Iban a galope largo, parecían la Patria hecha fantasma , ruidos de sables amantes de batallas, diez leguas ya llegaban sin demostrar cansancio, el jefe los había preparado para vencer la muerte  y ella los respetaba  sabiendo que su nobleza  superaba al estrago.

Ya estaba en Ugarteche, desolación y campo en el camino, solo alguna parada para mover  los remos,  afianzar las figuras, y  un apretón al cincho, un revisar el freno , un darle palmoteadas al pingo rozagante para que supiera  que el que llevaba encima  no era un “maturrango”.  Esa palabra que decía con desprecio el coronel  cuando se refería  a los de la corona que yugaba a América.

Desde mí predio, mi segundo país que es “El resuello”, a solo cinco  kilómetros de Ugarteche que se llamaba entonces Pampa  del Sebo, meditaba, tomada de la mano la barbilla, bastante  acariciada de tanto pensar en penares de la patria, la grande de la Plata y ésta, la serrana mendocina.

¿Qué fue de aquella tropa enjalbegada que cruzó el horizonte de oro y nieve buscando libertad de mano de la Aurora, que había surgido de aquel día lluvioso con cabildantes asomados a balcones y un pueblo clamando a largas voces su protagonismo verdadero?

Un pueblo que reclama justicia a la aurora para parar el crimen de lo aleve.

A distancia de dos siglos, la memoria de la gente pervive y dura, en tradición de padres a hijos, de hijos a nietos y llega a nuestro día. Por eso el mendocino siente tan suyo al San Martín heroico, que, además de jefe militar fue su intendente, y lo sigue viendo sentado en la alameda que él fundara, gozando en tórrida tarde su refresco de horchata, mientras convence  con incendiado verbo a la madre negra que le entregue a su hijo para sumarlo al incendio de la patria, que ha  declarado la libertad de vientre.

En la memoria de la mendocina gente del Valle de Uco y el Tupungato enhiesto, de la Pampa del Sebo enjabonando  vientos ese heroísmo de coraza y pecho.

San Martín galopaba entre sus grandes-tal vez Soler, tal vez Las Heras- por el viejo carril que va a San Carlos, y aún retumban los cascos acerados de los que aún hoy siento sus pasos.

“carril Viejo a San Carlos” aún hoy se llama el que va camino a La Consulta. Ni en el tiempo ni la sombra  te han borrado, sigues deseando en la gloria de la hazaña y en la memoria de los cuyanos- que te abastecieron,  Capitán- con sus soldados.  Buena parte murieron en  combate dando a la patria sus sueños y esperanzas, sus novias sus madres.

Misterio de hechos horadados en el acero noble de tus bravos,  una nación entera  de sangre huarpe y negra con ese afán sagrado de liberar esclavos.

Te voy evocando, carril viejo a San Carlos, en esta tarde de dorados fríos,  parado a la vera del camino, en “El resuello” que arrebate al desierto, y recreo tu furia  coracera mientras  levantas arenas la ventisca.

Estoy soñando tus piafantes potros,  el aceitunado rostro curtido del arriero, la emblema celeste trepando la montaña, el trepidar del noble bruto  y el Tupungato que se va nevando. Estoy  viendo San Martín tus huellas y la de los centauros que te acompañaban a realizar la consulta con los indios.

Hoy el cemento ha querido devorar la huella pero la historia no se lo ha dejado, la historia que de padre a hijo, de hijo a nieto, hasta que aquí ha llegado a mí y estoy oyendo tu firme voz de mando. 

 

Recopilación H. Montiel

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