REVISTA LA NACION MEDICOS SIN FRONTERA

LA NACION REVISTA
El Mediterráneo, sueño e infierno
El argentino Juan Matías Gil y la española Paula Farías, de Médicos sin Fronteras, hablan de su tarea de rescate en "la peor crisis de desplazados desde la Segunda Guerra"
Europa tiene la llave para solucionar el problema, pero esconde la cabeza como un avestruz", dispara Paula Farías, coordinadora de Operaciones en el Mediterráneo de Médicos sin Fronteras (MSF). Crítica y pesimista ante el rol que asumió la Unión Europea (UE) frente a la crisis migratoria, dice que "el fondo del Mediterráneo no puede seguir tapando las vergüenzas de Europa".
Desde el 2 de mayo último, MSF trabaja en el mar de aguas fronterizas en el rescate de inmigrantes. "Nos vimos obligados a cubrir el hueco que en noviembre dejó Mare Nostrum." La operación coordinada por el gobierno italiano, financiada por la UE, que en 2014 había sacado del agua a 170.000 personas, a pesar del éxito decidieron suspenderla. "Argumentaron falta de fondos, pero en realidad se trató de un problema político que quedó en evidencia con la puesta en marcha de Tritón, operación que depende de Frontex [Agencia Europea para la Gestión de la Cooperación Operativa en las Fronteras Exteriores de los Estados miembros de la Unión]."
¿Por qué se trata de un enfoque político?
Se trata de un control de fronteras y no de búsqueda y rescate, como sí lo era Mare Nostrum. Están convencidos de que al hacer los rescates se alienta a que la gente cruce. Quedó demostrado que no es así; quienes se suben a una patera lo hacen porque no les queda más remedio. Una mujer no se juega la vida con sus hijos buscando confort, un televisor más grande; lo hace porque huye de una guerra y porque es la única vía que le dejamos para que arribe a Europa. Hablamos de personas que tienen derecho a asilo y a refugio, y sin embargo no se les da una vía legal para que lleguen.
¿Podrían hacerlo de otra manera?
Como no se les otorga el visado, no pueden llegar legalmente. Podrían pagar el boleto de avión, pero se ven obligados a comprar por un precio mucho mayor un lugar en una patera que les puede costar la vida. Los precios varían según la posición que ocupen en estos barcos precarios. Hay gente que viaja en la bodega. Son los que suelen morir primero por problemas de hacinamiento, asfixia, los que quedan atrapados en el naufragio.
Cuando les preguntás por qué arriesgan su vida y la de los suyos, ¿qué te responden?
Que no tienen alternativa, que conocen los peligros. En los lugares de donde vienen sus vidas también corren peligro. No tienen opción. Muchas de las personas que rescatamos huyen de la guerra, la opresión y la tortura; otras, de la pobreza, la persecución y las violaciones a los derechos humanos. Todas ellas quieren una vida mejor y más segura. Pero sus rutas de salida cada vez son más escasas; los países que acogen refugiados, como Turquía, Líbano y Jordania, están desbordados.
Paula Farias (izq.), en Afganistán, antes de ocuparse de coordinar las tareas en el mar.
Las llamadas de auxilio son todas parecidas: "Estamos hundiéndonos, el motor no funciona, está entrando agua", recrea el pedido Juan Matías Gil, el argentino que a bordo del Dignity I, el barco de MSF, rescata náufragos que huyen de Eritrea, Somalia, Siria, Sudán, Gambia, Yemen, Bangladesh. Con un pasado de economista y jugador de rugby, el ahora coordinador humanitario reconoce que "es la primera vez en la historia que Médicos sin Fronteras trabaja en el mar. Hemos enfrentado otros conflictos, pero siempre en tierra firme. Hacerlo en el mar requiere una logística totalmente diferente, no podés permitirte error alguno".
Desde el inicio de las operaciones, los equipos de MSF a bordo del MY Phoenix, el Bourbon Argos y el Dignity I, propio de la organización, asistieron a 16.113 personas en el Mediterráneo. Desde mediados de septiembre, lo hace sólo con dos barcos, luego de que el MY Phoenix del Moas [Estación de Ayuda al Migrante por Mar, según su sigla en inglés] detuviera sus operaciones en esta región para partir al sudeste asiático a la espera de miles de bangladesíes y miembros de la minoría étnica rohingya, quienes también se embarcan cada año en busca de un lugar mejor.
En continuo movimiento en el mar, MSF navega por las aguas internacionales a la espera del llamado de auxilio que es recibido por un centro de coordinación marítimo. "Ya con las coordenadas buscamos llegar al punto de encuentro. La mayor parte de los salvamentos los hacemos en dos áreas principales de la costa de Libia, cerca de Trípoli y Zuwara. La situación más tensa y difícil de controlar es cuando logran detectarnos -reconoce Gil-. La desesperación se apodera de los ocupantes, quienes son capaces de arrojarse al agua sin salvavidas y sin siquiera saber nadar. No sólo hablamos del riesgo de tirarse al agua, sino del peligro de que la barca finalmente vuelque. Les pedimos que no dañen el bote; muchos creen que dañándolo apuran el salvamento."
Es en esta etapa donde Farias destaca la importancia de actuar con cautela y el imprescindible rol del traductor en la operación de rescate. "Para evitar tal ansiedad e incertidumbre nos acercamos a la patera con los gomones. El barco grande queda lejos y de esa manera no alimentamos la idea de que pueden llegar a él nadando. El traductor explica en árabe, francés e inglés lo que vamos a hacer, paso a paso. Las pateras van sobrecargadas. La gente viaja en condiciones infrahumanas, muchos se encuentran deshidratados, insolados, otros con hipotermia, con neumonía, shock séptico, quemados por los bidones de combustible que se vuelcan y se mezclan con el agua. Es lógico que al vernos quieran ponerse a salvo."
Juan Gil en plena tarea. Desde el inicio de las operaciones, los equipos de MSF a bordo de tres barcos asistieron a 16.113 personas en el Mediterráneo.
El primer gran paso para Juan Gil es que se coloquen los chalecos salvavidas. "Intentamos tranquilizarlos. La gente se encuentra en estado de shock, en el medio del mar, sin saber lo que vendrá. Cuando llegan a nuestro barco sienten por primera vez que pisan tierra firme. Ya a bordo reciben agua, comida, mantas y atención médica. Algunos presentan heridas causadas por abuso y violencia. Nuestra misión no sólo es el rescate; intentamos mejorar las condiciones de vida de las personas varadas. Sabemos que es sólo un parche a la falta de responsabilidades de ciertos Estados."
Criada en una familia contadora de cuentos, la médica y escritora madrileña, cuya novela Dejarse llover fue llevada al cine por Fernando León de Aranoa y protagonizada por Benicio del Toro, Tim Robbins y Olga Kurylenko, dedicó buena parte de su vida a la acción humanitaria en diferentes organizaciones y fue presidenta de MSF durante cinco años.
Estuviste al frente de varias crisis humanitarias [las guerras de Kosovo, Irak, Afganistán, Congo; los terremotos de Bam y Guayarat; las hambrunas de Angola y Kenia]. ¿Qué tiene en particular ésta?
El mundo se enfrenta a la peor crisis de desplazados desde la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, Europa está cerrando sus fronteras. Si una persona necesita cuidado médico, comida, agua o cobijo, debe recibir esa asistencia sin importar su estatus legal. ¿Qué tiene de particular ésta? Que es especialmente indignante. Ojalá no hubiera guerra en Siria, ojalá la gente no debiera irse de su tierra. Las fronteras europeas son escenario de una grave crisis humanitaria. La mayoría de los que se aventuran al Mediterráneo cumplen los criterios establecidos para conseguir el estatus de refugiado.
Se habló de poner foco en el origen...
[Interrumpe] Esa es la retórica perfecta para sacarse el problema de encima. Obviamente está buenísimo hablar de la paz en el mundo, de que se acabe el hambre y tantas otras cosas lindas, pero la realidad nos dice que hay 4 millones de sirios fuera de Siria y necesitan una respuesta ahora mismo. El problema es que Europa vive en su burbuja de confort y no quiere que nadie la toque. Debe estar a la altura de la nueva realidad y no seguir encerrada en su caparazón. Como española, como ciudadana en esta tierra de refugiados, me pregunto dónde está nuestra memoria, dónde quedó nuestra dignidad. Ningún argumento justifica el dar una vida perdida.
Sobre este mismo punto, el economista Juan Gil cree que es hora de que el Viejo Continente haga un sincero mea culpa sobre las operaciones económicas y explotaciones de empresas multinacionales que se llevan adelante en países que hoy sufren las consecuencias. "Es necesario hacerse un replanteo de cómo invertir o gestionar contratos que involucren a las sociedades ¿Cómo puede ser que países petroleros como Nigeria estén sumidos en la pobreza? Lo que ocurre tiene una razón de ser."
"Se ven obligados a comprar por un precio mucho mayor [a un ticket de avión] un lugar en una patera que les puede costar la vida", dice Farias. Abajo, en Izmir, Turquía, un local comenzó a vender chalecos en lugar de trajes. El negocio de los desplazados es millonario.
El hashtag #KiyiyaVuranInsanlik ["La humanidad ha naufragado", en turco] recorrió el mundo con la foto del agente cargando a Aylan Kurdi, de tres años, ahogado en una playa de Turquía. La imagen generó conmoción y empujó a miles de personas a salir a las calles de sus ciudades, algunos para expresar su apoyo a los inmigrantes, otros para manifestarse en contra. "Durante todo nuestro verano, el mar fue el escenario de una tragedia permanente -reflexiona Farias-. La fotografía del niño generó un reguero de pólvora que obligó a los gobernantes a dejar de mirar hacia otro lado. A no excusarse sólo en cifras." Según Missing Migrants Project medio millón de personas ha cruzado el Mediterráneo en lo que va del año. La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) reconoció que trágicamente casi 3000 inmigrantes y refugiados perecieron en estos viajes.
"En un futuro, cuando Europa revise esta crisis, su gestión se avergonzará y pondrá el grito en el cielo por haberlo permitido", se lamenta Paula, la médica, la escritora madrileña que, al igual que tantos hombres y mujeres, se enfrentan día a día con el rostro de la desolación.